domingo, 27 de mayo de 2012

•Black Diamond• {Capítulo 25}


Abro los ojos lentamente, sintiendo mis párpados igual de pesados que dos bloques de cemento. La cabeza me duele tanto que no soy capaz de sentir el resto de mi cuerpo, tan sólo pinchazos y un lejano eco retumbando en mi interior. Pero a pesar del dolor consigo darme cuenta de que no estoy en mi casa. Esta no es mi cama, no son mis ásperas sábanas. Estas son suaves, me gusta su tacto. Tampoco me encuentro en mi habitación. Miro hacia la derecha y veo un amplio balcón con vistas a las montañas., verdes, altas, majestuosas. Si no fuera por el terrible malestar que tengo, me parecería un lugar precioso.
En seguida me percato de que no estoy sola en esta cama. Siento cierta presión a unos centímetros de mí, hay alguien más a mi lado. Dios mío, ¿qué pasó a noche? ¿dónde estoy? Y lo más importante… ¿con quién estoy?
Volteo lo más despacio que puedo. Si hago movimientos bruscos, voy a arrepentirme mucho porque además del dolor también tendré mareos. Además, me da miedo el hecho de no saber con quién he dormido. Porque estoy segura de que ayer noche hicimos algo más que dormir. Segurísima.
Aparto un poco la sábana para poder verle mejor, y mis ojos se abren de una forma exagerada al comprobar quién es. Los párpados cerrados sobre los ojos me impiden ver su color azul mar, pero su peinado y cabellos rubios son imposibles de confundir. ¿Niall? ¿He dormido con Niall?
Pero ¿qué hago aquí con él? O mejor dicho, ¿por qué estoy aquí con él? Y nuevamente me asusto. Yo… ¿qué hice con el anoche?
Son demasiadas preguntas que no soy capaz de responderme yo misma, pero necesito saber la respuesta. Agito su hombro para despertarle, necesito que me lo explique todo.
— Niall, despierta. — intento hablar alto para que reaccione, pero no hay manera. Además tampoco quiero gritar o mi cabeza estallará. Mierda, tampoco me puedo mover mucho así que no podré esforzarme demasiado. Suspiro, basta de tonterías.
— ¡Niall! ¡Que te despiertes ya! — después de alzar todavía más el tono de voz golpeo su brazo. El grito rebota por las paredes y vuelve a mis oídos, haciendo que me arrepienta de haberlo hecho. Pero al menos ha servido, ya está despierto. Atontado… pero despierto.
— ¿Rikki? — se soba un ojo y bosteza. Yo vuelvo a tumbarme despacio sobre el colchón, con la cabeza en la cómoda y mullida almohada. Me explotará la cabeza si no lo hago.
— ¿Qué pasó anoche? ¿qué hago aquí?
Después de que le pregunte esto parece reaccionar, darse cuenta de dónde estamos, de que estamos juntos en la misma cama y de que yo tengo una resaca que ni yo misma puedo soportar. Seguramente mi cara da miedo, con el maquillaje corrido y unas ojeras de caballo, además de los ojos hinchados después de haber estado horas llorando. Eso sí que lo recuerdo. Se sienta sobre el colchón y se apoya en el cabecero de la cama, mirándome algo preocupado.
— ¿Te encuentras bien?
— No. Me va a reventar la cabeza, ¿podrías cerrar las cortinas? Me molesta la luz.
Me obedece y se acerca al balcón, cerrando las cortinas como le he pedido. Sonrío. La verdad es que recién levantado tiene un aspecto adorable, se ve hermoso. Vuelve a la cama y se sienta igual que antes, sólo que ahora se aleja todo lo que puede de mí, poniéndose al borde, casi con una pierna fuera de la cama.
— Antes de nada, te prometo que no hicimos nada… — se ruboriza y yo suspiro de alivio sin darme cuenta — Sólo hemos dormido, de verdad. — su voz suena nerviosa y agitada, hasta noto una pizca de miedo. Sonrío. No me hace falta en insistir en que me cuente todo lo que pasó, sé que me está diciendo la verdad. Él sería incapaz de hacer eso conmigo. En realidad creo que sería incapaz de hacerlo con cualquier chica, y menos aún si está borracha. — No sé qué te ocurrió anoche, Rikki. — continúa — pero debió de ser muy malo. Te fuiste del Black Diamond sin terminar tu turno. Te emborrachaste tanto que no recordabas ni cómo te llamabas. Me llamaste y te encontré tirada en medio de la calle.
— Espera, ¿yo te llamé? — pregunto algo anonada. Sí, sin duda debí beber mucho, muchísimo anoche. Debía estar realmente borracha para que se me hubiera pasado por la cabeza llamarle a él.
— Sí. Me pediste que te acompañara a casa. Pero Sam no estaba y yo no tenía las llaves.
— ¿Y por eso me trajiste aquí? — pregunto, mirando a mi alrededor. Tiene pinta de ser una casa muy grande y lujosa. Una de esas en las que yo nunca creía que estaría.
— Sí. Yo… yo no podía dejarte tirada en la calle llorando. Me sentía obligado a ayudarte…
— ¿Estamos en tu casa? — No sé mucho sobre su familia, en realidad no sé nada, pero su madre parece la típica mujer maniática del orden, con una mentalidad algo… cerrada. No creo que le haga demasiada gracia saber que estoy aquí.
— Sí. Bueno, no. Esta es una finca que tenemos en la sierra, no solemos venir aquí muy a menudo. No podía llevarte a casa, mamá te hubiera obligado a dormir en la calle.
Cierro fuerte los ojos y jadeo. Me siento muy mal. Tengo que prometerme a mí misma que no volveré a beber así.
— Iré a prepararte el desayuno, y también te traeré un par de aspirinas para ese dolor de cabeza. Si quieres luego puedes darte una ducha… te traeré ropa limpia — escucho su voz lejana, así que supongo que debe de estar ya en el marco de la puerta, dispuesto a bajar para buscar todo lo que ha dicho.
— Gracias, Niall. Eres un cielo. — susurro. Tan bajito que dudo que haya podido escucharme, aunque me gustaría que sí lo hubiera hecho. Sinceramente, no sé cómo voy a agradecerle todo esto. Él está siendo tan bueno conmigo… y de momento lo único que he hecho yo por él ha sido despertarle de mala forma.
No tarda más de cinco minutos en regresar con una bandeja. En ella hay un tazón de zumo de naranja con unas cuantas galletas. Hay dos pastillas blancas al lado del vaso.
— Me habría gustado traerte tostadas, pero por desgracia aquí no hay otra cosa que no sea esto. — explica, señalando el zumo y las galletas.
— No te preocupes, esto es perfecto. De todas formas no tengo mucha hambre.
Sonrío, intentando parecer lo más agradecida posible. Porque de verdad lo estoy, no voy a cansarme de darle las gracias por todo esto.
— Una de estas pastillas es para el dolor de cabeza, la otra simplemente es para evitar mareos y vómitos. Cuando bajes te daré una infusión de hierbas raras que mamá me enseñó a preparar… va muy bien contra las borracheras.
Vuelve a salir del cuarto dejándome sola, y aprovecho para tomarme las pastillas y beberme el zumo de un trago, para que pasen mejor. Dejo las galletas de lado porque me veo incapaz de comer nada sólido. Al cabo de pocos minutos regresa con un montoncito de ropa en el brazo.
— Estos pantalones son de mi prima, los he encontrado en mi armario. Creo que más o menos tenéis la misma talla. Y bueno, el polo… es mío. Pero supongo que te sentirás incómoda si te doy uno de mamá. — aclara algo inseguro. — Los zapatos… bueno, si quieres puedo prestarte unas de mis supras, tengo algunas aquí que me vienen pequeñas desde hace años.
Sonrío asintiendo, y me dispongo a levantarme de la cama para meterme en el baño. Al levantarme el dolor es mucho peor, todo me da vueltas y por un momento siento como si fuera a desmayarme. Pero nuevamente sus brazos me rodean e impiden que me caiga. Intento con todas mis fuerzas no cruzar mi mirada con la suya, porque entonces creo que podría quedarme mirando sus preciosos ojos durante el resto del día. Apoya su mano en mi espalda y me ayuda a llegar hasta el baño. Me explica cómo funciona el agua caliente pero yo no le escucho, me dedico a mirar su pálido rostro, que ahora está concentrado en el grifo. Asiento como si estuviera enterándome de todo y sonrío cuando se marcha del baño.
|| Niall ||
• 1 hora después •
Está tardando demasiado, y yo estoy empezando a preocuparme. No se encuentra bien y a mí me gustaría comprobar que todo va bien, pero si entro y me la encuentro en un estado comprometedor voy a querer tirarme por el balcón. Lo último que quiero es que piense que le estoy faltando al respeto, o algo parecido. Ya me ha bastado con que se despierte pensando que ella y yo hicimos… algo raro. Desde abajo escucho que la puerta del baño se abre y rápidamente la oigo bajar las escaleras. Tal y como pensaba los pantalones son de su talla, pero el polo le viene un poco ancho. Aunque de todas formas está hermosa. Me gusta vérselo puesto, verla llevar algo mío. Aún sigue tambaleándose un poco al caminar, pero parece que tomarse esas pastillas y darse una ducha de agua templada le ha sentado bien.
Entra en el salón y me sonríe mientras se sienta en el sofá. Yo me acerco y le tiendo el vasito con la infusión que le he mencionado antes. Se la bebe con cierta repugnancia, porque su sabor no es que sea del todo agradable, pero termina terminándosela toda. Se crea un silencio muy incómodo para mí, pero que al mismo tiempo no me atrevo a romper. Ella mira un punto fijo del suelo y yo me doy cuenta de que no dejo de mover la pierna. Decido parar, tal vez la esté poniendo nerviosa.
— Me he asomado un momento al balcón antes de bajar. — ella se encarga de romperlo de repente y yo la miro. — Todo esto es precioso.
— ¿Quieres que vayamos a dar una vuelta?
Ella me mira y veo que sus ojos brillan con algo de ilusión.
— Luego, después de comer — sonríe. — Creo que antes de caminar por el bosque necesitaré reponer fuerzas.
Asiento dándole la razón. Me gusta la idea de ir después, porque eso significa que se va a quedar conmigo durante más tiempo.
Después de ver la tele durante casi dos horas y media, decidimos meternos en la cocina para preparar un poco de pasta. Pizza. No es gran cosa, pero a los dos nos encanta. Ambos nos colocamos un delantal blanco para no mancharnos la ropa, y comenzamos a preparar la masa con los ingredientes que voy encontrando por los armarios. Nunca se me ha dado demasiado bien la cocina, así que me cuesta adivinar dónde guarda mamá cada cosa. Metemos la masa dentro de un recipiente de metal y comenzamos a amasarla. De vez en cuando nuestras manos se tocan por equivocación, pero no las apartamos. Miradas. Sé que me mira de reojo, igual que yo la miro a ella. Y también sé que se da cuenta cada vez que lo hago. Una vez que la masa está lista la extendemos sobre la encimera para darle una forma redonda. Ella comienza a carcajear al ver que en lugar de un círculo, nos ha quedado un trozo de masa deformada. Sus carcajadas me contagian a mí y comienzo a reír con ella. Más miradas. Sonrisas. Empujones amistosos por su parte cuando bromeo sobre la forma en la que añade el tomate, escampándolo mal, poniendo más por algunos sitios que por otros. Opta por tirarme un poco de queso rallado para hacerme callar, pero eso sólo hace que yo tenga más ganas de seguir. Ríe y sigue echando el tomate. Me mancha la nariz con el dedo y yo la rodeo por detrás, atrapándola contra la encimera, dejándola sin escapatoria para que sea yo quien la manche ahora. Más empujones cariñosos. Risas contagiosas, miradas cómplices. Ya no parece quedar ningún signo de su malestar, de sus mareos o de su dolor de cabeza. Resulta que va a ser verdad que esa rara infusión es mano de santo.
Cuando ya está todo listo y añadidos todos los ingredientes la metemos en el horno. Después de unos quince minutos suena el timbre que nos indica que ya está lista para que nos la comamos. Me pongo los guantes de cocina y la saco con el máximo cuidado posible, no quiero quemarnos a ninguno de los dos.
|| Rikki ||
Media hora después ya no queda ni una miga de la pizza que hemos cocinado, y poco a poco vamos recogiendo todo lo que hemos dejado tirado en la encimera. La verdad es que estoy ansiosa por ir a pasear por este bosque. El aire puro de la madre naturaleza me vendrá bien, ya que yo siempre suelo respirar el aire contaminado de la ciudad. Aprovechando un momento en el que está de espaldas a mí, acerco el polo que llevo puesto a mi nariz. Me encanta el olor que desprende, a perfume de Giorgio Armani. Huele a él. Sonrío y sigo limpiando el tomate que se ha quedado pegado en la encimera.
Niall se encarga de meter los platos, vasos y cubiertos dentro del lavavajillas. La verdad es que esta casa es perfecta para relajarse, rodeada de árboles, llena de paz y tranquilidad. Estoy convencida de que a Sam le encantaría si la viera.
Una vez que ya está todo listo, decidimos salir de la casa para comenzar nuestro paseo. Comer me ha sentado bastante bien, aún siento algo de malestar en la cabeza pero es algo que puedo soportar. No me molesta demasiado si no pienso en ello.
Me lleva por un camino de piedras grandes y planas. Según él lleva hasta una explanada, justo en la cima de un acantilado, donde se puede ver perfectamente todo el bosque desde ahí arriba, e incluso puedes llegar a divisar la ciudad como una mancha lejana en el horizonte. Unos dos metros más abajo del camino hay un fino y pequeño arroyo que desciende montaña abajo. Niall no llega a tocarme el brazo pero se mantiene muy cerca de mí, pendiente de que yo no pierda el equilibrio o tropiece. Pero lo que él no sabe es que llevar tacones de aguja cada noche ayuda mucho a superar la torpeza y a conseguir un buen equilibrio. A nuestro alrededor hay flores y árboles viejos. Sé que lo son porque sus troncos son gruesos y oscuros, y sus raíces forman extrañas figuras en el suelo. Se escucha el canto de los pájaros mezclado con el sonido que produce el agua al chocar contra las piedras del arroyo. Creo que podría quedarme aquí toda mi vida, todo el paisaje es tan hermoso.
Vamos los dos en silencio, pero al contrario que antes, esta vez no es un silencio incómodo, sino agradable. Aceleramos un poco el paso cuando me indica que ya estamos llegando. Y cuando por fin lo hacemos, miro fascinada al horizonte. Sabía que vivíamos en una ciudad rodeada de hermosos bosques, pero nunca había estado en uno de ellos. Como una mancha marrón en medio del paisaje verde aparece nuestra ciudad, a muchos kilómetros de distancia. Parece tan lejana vista desde aquí… pienso en que algún día, cuando sea más mayor y tenga mi propia familia, traeré a mis niños aquí cada fin de semana para pasar uno de esos días familiares que los adolescentes tanto aborrecemos.
— Ven, vamos a sentarnos aquí. — Niall señala una roca que hay justo en medio de la explanada, toda llena de hierba, arbustos y flores amarillas.
— Tenías razón, me encanta esto. Es muy bonito.
— Hacía muchos meses que no venía, ya lo echaba de menos. Siempre que venimos aquí para pasar unas semanas, este es el primer lugar que visito. Mamá y papá no lo conocen. Ni siquiera Justin ha estado nunca aquí.
— ¿Estáis muy unidos? — pregunto. Él me mira algo confuso. — Tú y Justin. — aclaro.
— Ah sí… somos como hermanos. Nos conocemos desde que aprendimos a hablar. Igual que tú con Sam, me imagino.
— Nosotras también somos como hermanas, puede que más que eso. Pero nos conocimos en el instituto.
Asiente con la cabeza y aparta la mirada. Arranca trozos de hierba, y los lanza para que se los lleve el viento.
— ¿Puedo preguntarte algo?
— Claro… — me acerco un poco más a él, de forma que nuestras rodillas quedan tocándose.
— ¿Por qué trabajas en ese lugar? — Sin rodeos, directo al grano. Lo hace de forma directa, sin duda está muy interesado en la respuesta y eso me hace estremecerme.
— Ya te lo dije una vez, Nialler. Quiero conseguir dinero para pagarme la carrera de pediatría.
— Ya… pero hay muchos trabajos, Rikki. ¿Por qué ese? — Está claro que no se va a dar por vencido. Va a insistir hasta que decida contarle toda la historia. — ¿Tus padres no podían ayudarte a conseguir uno mejor?
Bum. Directo al corazón como una bala. Mamá, papá. Mis padres. Las dos personas que en teoría tendrían que ser lo más importante para mí. En teoría… pero teóricamente hay tantas cosas que tendrían que ser pero no son, que si tuviéramos que hacer una lista no encontraríamos suficiente papel en el planeta.
Trago saliva sonoramente, y noto que me pongo nerviosa aunque no lo quiera. Nunca se me ha dado bien hablar de mi familia… no es una cosa que me resulte agradable.
— No… Niall, es una larga historia que dudo que puedas entender. — siento que el momento ya se ha estropeado. Ya no voy a poder disfrutar del paisaje con la misma ilusión de antes, porque ahora toda mi atención y mis pensamientos estarán puestos en lo que acaba de preguntarme.
— Bueno, tenemos tiempo… — insiste — Y no sabes si lo entenderé o no cuando todavía no has intentado explicármelo. — Me mira como un niño suplicándole a su madre que le compre un caramelo. Y las madres siempre terminan cediendo, así que yo comienzo a contárselo todo poco a poco.
— Mis padres no eran… gente normal. Mamá era la única que trabajaba y su sueldo apenas llegaba para pagar todos los gastos de la casa y mi colegio. Papá no vivía con nosotras. Bueno, a veces sí, dependiendo de la situación en la que se encontrara. Antes de marcharse de casa siempre discutía con mamá. Llegaba de madrugada todas las noches, borracho. Yo siempre creí que estaba loco. — Él me mira atento, prestándome mucha atención como si de verdad mi vida le interesara. Noto como los ojos se me humedecen y las lágrimas amenazan con caer. — Nunca maltrató a mi madre físicamente, nunca se atrevió a ponerle una mano encima, ni siquiera la amenazaba con hacerlo. Pero sí que la insultaba, la menospreciaba y le hacía sentir que no valía nada, que no hacía nada bien. Llegó un momento en el que yo creí que mi madre también había enloquecido. Yo lloraba todas las noches encerrada en mi habitación, y mi único apoyo era Sam. — Sin poder contener más el llanto dejo que las lágrimas resbalen por mis mejillas, igual que hacía cuando era pequeña. La cabeza vuelve a dolerme cuando comienzo a llorar. Su brazo me rodea los hombros y suspiro. Continúo hablando, porque si sigo llorando terminaré con migraña. — Terminamos el instituto, y en cuanto pudimos nos marchamos las dos de casa, porque ella también tenía muchos problemas con sus padres. No le dimos explicaciones a nadie. Por lo visto a mis padres no les importó demasiado, nunca se molestaron en buscarme. La primera noche que pasamos fuera de casa fue cuando encontramos a John. Nos ofreció el trabajo en el Black Diamond. A cambio él nos daría un piso en el que vivir, y todos los gastos de esa casa correrían de su cuenta. A nosotras nos pareció un buen trato, y todavía lo seguimos pensando. No tenemos nada más, Niall. No pudimos hacer otra cosa. Y ahora… tan sólo quedan unos meses de todo esto, sería una tontería abandonarlo. Hemos aguantado durante casi dos años, ¿por qué no podríamos aguantar durante cuatro meses más? El curso comienza en enero.
Apoyo mi cabeza en su hombro, sollozando y temblando. El dolor de cabeza vuelve a ser igual de agudo que esta mañana al levantarme, pero aún así me siento bien por dentro, bien conmigo misma. Nunca había hablado de mis padres con nadie que no fuera Sam, y supongo que desahogarse siempre es bueno. Tampoco estoy acostumbrada a llorar delante de la gente. Pero no sé por qué me da igual que él esté mirándome, siendo testigo de cómo las lágrimas mojan mis mejillas, escuchando mi triste realidad. No sé si de verdad me entiende, o simplemente está dejándome su hombro para que llore porque no sabe qué decir. La cuestión es que está en silencio, sin decir nada. Ladea un poco la cabeza, haciendo que yo también mueva la mía. Y me mira a los ojos, casi con compasión, en silencio, callado. Pero lo que muchas personas no saben es que permanecer callado, y no decir nada, son dos cosas muy distintas, porque aún en silencio se pueden gritar muchas cosas, miles de sentimientos o de pensamientos que basta una mirada profunda para que sean transmitidos.
|| Niall ||
Me miras mientras tus ojos dejan escapar las lágrimas que llevan reteniendo durante tanto tiempo. Después escondes mi cabeza en mi hombro y yo noto como me mojas el cuello de la camiseta, pero me da igual. Lo único que puedo hacer yo en estos momentos es abrazarte en silencio. Porque muchas veces, quedarse callado es lo más inteligente, porque en momentos como este sería inútil decir nada, porque nada serviría para que dejaras de llorar. Simplemente tienes que desahogarte mientras yo te rodeo con mi brazo y te transmito mi apoyo. Nos conocemos poco, tan sólo de hace unas semanas. Sabes poco de mí pero aún así has decidido confiar en mí y contarme lo que tu corazón lleva soportando desde hace años. Pero aún así yo siento que no te has sincerado del todo, que todavía hay algo que no me has contado. El motivo por el que te emborrachaste anoche, el motivo por el que quisiste desaparecer y que nadie te encontrara. Nadie excepto yo, porque no sé si lo hiciste queriendo o si fue inconscientemente, pero me llamaste a mí para que te ayudara. Sólo espero que llegues a confiar en mí lo suficiente como para volver a abrirte igual que lo has hecho hoy. Contarme qué es lo que te atormenta y ver si de algún modo puedo ayudarte. Porque de verdad, Rikki, que yo lo haría encantado.
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•Black Diamond• {Capítulo 24}


¿Nunca habéis tenido esa sensación de estar volando? Es más… a sensación de que el resto del mundo no importa si estás con él. Desde que conocí a Justiin, él niño pijo, rubio, con ojos color miel, con sus labios rosaditos y perfectos, con su peinado que le da un toque más ¿provocativo? Sí… provocativo pero elegante al mismo tiempo. Que lleva unas camisetas de Lacoste que yo en la vida me podría permitir, el que lleva los pitillos ajustados para que su trasero quede marcado y el que no se despega de las supra que siempre lleva calzadas en los pies. El que tiene unas gafas de sol que cuestan más de lo que yo gano en un mes. El niño mimado de mamá y de papá, el caprichoso que lo tiene todo, absolutamente todo. Pero que también es el chico que me hace sentir bien cuando estoy con él, que me hace olvidar lo que realmente soy, que me hace ser una persona normal y corriente como las demás chicas de su urbanización, que me hace sonreír a cada instante, el que consigue que mi bello se erice cuando me susurra algo al oído. Él, que hace que me pierda en su mirada. Él, que me hizo tocar el cielo todas las veces que le besé… y aseguro que podría estar así toda la noche. Pero ahora mismo no quiero pensar, solamente quiero relajarme. Seguir el ritmo de la música, cosa que ahora no creo que esté haciendo bien. Juntarme más a su cuerpo y sentir su calor corporal. Porque aunque ni yo misma me lo crea, aunque parezca una locura, él, Justin Bieber, está en el Black Diamond, está en la pista y está bailando conmigo. Es algo extraño, porque aún no me puedo creer que yo misma esté hablando del amor. ¿Yo qué sé sobre el amor?
Nada.
Nunca he estado enamorada para saberlo, y ahora mismo estoy hablando como si fuera una experta, pero no, no lo soy. No creo en todos los cuentos de hadas, eso ya está demasiado pasado para mí, no creo en el típico príncipe azul que siempre aparece para salvar a la damisela en apuros. Todo eso quedó en mis sueños… ahora lo único que hago es mantener la cabeza alta, estar segura de donde piso, porque a la mínima puede haber un hoyo enorme esperándote, y si tú lo pisas, te hundes. Pero lo gracioso de toda esta historia, es que sé que si Justin se separa de mí, habré caído en picado en ese hoyo. Y eso me da miedo, porque ahora mismo estoy empezando a sentir que dependo de él para seguir en pie. Si él cae, yo caigo.
— ¿Alguna vez te han dicho lo hermosa que eres? — susurra.
Intento disimularlo, pero siento como mi cuerpo arde de tal forma que sé que he vuelto a tocar el cielo. Pero yo no voy a ser así con él, no por ahora.
— Por favor, Bieber… me lo dicen cada noche. — le respondo pícaramente.
No puedo evitar soltar unas carcajadas. Aunque no esté viendo su cara, sé que está sonriendo y eso me hace sentir bien.
— Entonces… tendré que ponerte una etiqueta ¿no crees? — Esta vez es él quien no puede evitar reír.
— ¿Una etiqueta? Perdona, Justin… pero te recuerdo, sólo por si no te ha quedado claro, que yo no soy de nadie ¿sí? — Contesto con un tono más borde, pero por dentro esté deseando comérmelo a besos. ‘’Ponme una etiqueta, demuéstrales a todos que soy tuya‘’ pienso. Y me maldigo por haberlo pensado.
— Bueno… es una verdadera lástima. Además, Sam… me sorprende que aún no me conozcas — Coge mi mano. Me alejo y él me acerca. Doy una vuelta para volver a quedar en la misma posición de antes.
— ¿Por qué dices eso? — pregunto sonriendo.
— Porque si me conocieras sabrías que no dejaría que una chica como tú fuera de otro.
Analizo cada palabra, mientras intento no ponerme a saltar de alegría por todo el bar. Tengo que disimular, como si fuera otra frase más de esas que tanto me suelen decir. Solamente una frase, no hay sentimientos detrás de ella. Absolutamente nada.
— Sam… ¿quieres que te acompañe a casa? Es tarde.
Miro a mi alrededor para asegurarme de que John no está y que se ha ido ya a su casa. Y por suerte no lo veo por ninguna parte.
— Si… estoy cansada, ya cerrarán las demás
Empiezo a caminar intentando esquivar a todos los hombres que hay en la pista, algunos optan por tocarme el culo, o atraerme hacia ellos. Nadie se hace una idea de las ganas que tengo de partirles la cara aquí mismo, pero por desgracia aún estoy dentro del local, y me guste o no, aquí dentro soy una más. Una más de todas esas chicas que cada noche aguantamos lo mismo, porque tenemos un pasado que es mejor no recordar y un presente que no queremos seguir viviendo. Aunque sí que tenemos esperanzas de futuro, de un futuro mejor.
Salgo fuera del bar y me quedo observando durante unos instantes toda la calle, buscándole en cada rincón. Y por fin, observo a un chico que está subido en una moto.
Mierda. ¿Otra vez la maldita moto?
A paso ligero me acerco a él y me quedo observándole mientras él me llama con la mano.
— Venga Samantha… es para hoy — Dice en tono divertido mientras me extiende la mano. No puedo creer que me haya llamado así. Mi madre… ella era la única que lo hacía y siempre era para picarme, no me gusta que me llamen así. Pero bueno, no pienso darle importancia, me siento bien recordando pequeños detalles sobre mamá, y no voy a hablar de nada que tenga que ver con eso con Justin.
— Ya me monté el otro día ahí — señalo ese cacharro — y no pienso volver a subir. Como si fuera una niña pequeña, me cruzo de brazos esperando a que responda.
— Estela, se llama Estela — la señala con su dedo índice — No te lo volveré a repetir otra vez, o te subes por las buenas, o te subes por las malas — Sonríe de una forma que no me gusta nada. No, mentira, me encanta, sólo que sé que si sigue sonriendo de esa forma terminaré haciendo lo que me pide. En estos momentos me dan ganas de subirme encima de su querida Estela, obedecerle como una niña buena.
— Por las malas — le sonrío igual que lo hacía él antes. Y es que, yo no soy una niña buena.
— Perfecto tigresa, esto será divertido.
Asiente mientras sigue sonriendo. Se levanta y se acerca a mí, y yo siento como me invaden las ganas de besarle otra vez. Se está acercando como un león a su presa y me asusta. Retrocedo unos cuantos pasos y lo miro fijamente. Intenta reprimir una sonrisa pero no puede, y eso me hace gracia. Se ríe cuando lo miro. En escasos segundos, Justin me ha cogido como un saco de patatas, como en las típicas películas de dos enamorados. Carcajeo y le doy pequeños golpes en la espalda, pero eso sólo hace que él siga caminando. Coloca la mano en mi trasero y consigue que se activen todas mis alarmas ¡Pip. Pip. Pip. Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiip.
— ¡Eh! ¡Eh! ¡Eh! — Pataleo encima de sus hombros. — ¡No me toques el culo, Bieber! — Él sonríe y hace caso omiso mientras empieza a acariciarlo un poco más. — Justin, para… — Una voz ronca y sensual sale de mi boca, como si todos los pensamientos que tenía en mente hace un rato estuvieran surgiendo ahora. Pero por desgracia esto es real, y yo sigo en la calle encima del hombro de Justin. Sólo que ahora también escucho sus carcajadas, sé que he hecho el ridículo. Cállate Sam, no le contestes.
— Eres dura de pelar tigresa. — vuelve a susurrar, y una vez más mi bello se eriza.
Me deja sobre la moto y él se sienta en la parte delantera. Estira el brazo hacia atrás y me acerca más a él, pegando mi pecho a su espalda, como la primera vez
— ¿Sabes? Esto y el tono que has usado antes me hacen darme cuenta de que te mueres por mí. No necesito que me lo admitas.
Y arranca la moto haciendo que no le dé el gusto a responderle , pero de todas maneras, no lo iba a hacer.
|| Justin ||
Estamos justo debajo del portal de Sam, que acaba de bajar de la moto. Me apoyo en Estela y me quedo observándola mientras se toca el pelo. Mi madre me dijo que cuando una chica hace eso, es porque está nerviosa. Y me gusta que se sienta así cuando está conmigo, porque es exactamente como me siento yo cuando ella está cerca.
— Bueno… creo que tendría que irme. — dice. Ahora ya no se toca el pelo, sino que se acaricia el brazo. Mueve un poco la pierna y suspira. Quizá esté pensando en cómo despedirse… porque lo cierto es que yo también pienso en eso.
— ¿Y no te despides? — pregunto con retintín una vez que ya he bajado de la moto.
— Claro — sonríe — Adiós. — besa mi mejilla y da media vuelta. El movimiento de caderas que hace al caminar me excita, sé que lo hace para provocarme, y lo peor es que lo consigue. Pero ¿un beso en la mejilla? Ni de coña se va a marchar así.
Me acerco rápidamente a ella y tiro de su brazo. La pillo por sorpresa y cuando la miro a la cara veo que tiene los ojos muy abiertos.
— ¿Qué se supone que haces?
— Obligarte a despedirte como toca. — musito cerca de sus labios. Ya no puedo esperar a que…
— ¿Y cómo se supone que tengo que despedirme? — pregunta pícaramente, interrumpiendo mis pensamientos.
— Tú sabrás. — imito su tono de voz. Ya estoy unos centímetros más cerca. Ella sonríe y también acerca un poco sus labios a mí. Se pone de puntillas para intentar alcanzarme. Nuestros labios a penas se rozan, están a puntito de tocarse cuando siento que ella se separe. Carcajea.
— Ni lo sueñes Bieber. Buenas noches.
Se da media vuelta antes de que me dé tiempo a responder, aún sigo algo paralizado. Cuando decido reaccionar, ella ya ha desaparecido en su portal.
¿Qué acaba de pasar?
|| • ||
La luna llena está alta. Unas nubes ligeras bailan en suaves movimientos a su alrededor. Aquí no hay estrellas, sólo puedo divisar un gran lucero al lado de la luna. Ese, que siempre está solo. Ese que a veces desearía ser, para alejarme un poco del mundo y permitirme espacio para pensar. Porque siento que últimamente algo está cambiando en mi vida, que yo mismo quiero cambiar. Pero algo me para.
Acabo de llegar, aquí estoy, justo donde ella me dijo. La busco con la mirada y no tardo casi nada en encontrarla. Esta calle está desierta, algo normal a estas horas de la madrugada, así que no me cuesta demasiado distinguir su figura entre las sombras de la noche. No entiendo qué puede haber pasado, por qué está tirada en el suelo, llorando, casi inconsciente. Corro en su dirección. No soy yo quién manda, mis piernas han tomado voluntad propia, necesitan ayudarme a salvarla. Me siento en la acera, a su lado. Ella no se ha percatado de mi presencia, sigue con la cabeza entre las rodillas flexionadas, con el pelo delante de la cara. Puedo oír sus leves gemidos, como solloza y rompe con el silencio nocturno. No sé por qué, pero verla así me destroza.
Llevo mi mano hasta su rodilla. Algo raro, un sentimiento nuevo, se apodera de mí al sentir el roce de su piel. La acaricio, calmándola. Ella levanta la cabeza, y cuando me reconoce saca una sonrisa de entre las lágrimas.
— Has venido… — dice en un susurro apenas audible. Sonríe de forma triste y yo le devuelvo la sonrisa.
— Claro que sí… — susurro yo también y me acerco un poco más a ella. La rodeo con mi brazo en un intento de abrigarla para que no tenga frío. — No iba a dejarte aquí tirada.
No quiero permanecer más tiempo sentado en esa fría acera, y tampoco creo que sea lo mejor para ella. Está ebria, muy ebria y no creo que sea capaz de moverse por sí misma. Me pongo en pie frente a ella, y con cuidado la ayudo a levantarse. Gime ante el esfuerzo y comprendo que hacerla caminar va a ser imposible.
— Vamos… — susurro. Flexiono las rodillas y paso mi brazo derecho por detrás de ella, colocándolo justo detrás de sus rodillas. El izquierdo lo coloco en su espalda, y al volver a incorporarme la cojo en brazos. No me cuesta demasiado hacerlo, a pesar de que ella no hace ningún tipo de esfuerzo para ayudarme, comienzo a caminar lo más rápido que puedo hasta el coche. Ella se agarra a mi cuello y yo vuelvo a sentir ese cosquilleo cuando sus manos rozan mi nuca. Mantiene los ojos cerrados con fuerza, supongo que en un intento de disipar el terrible dolor de cabeza que debe tener.
Con un extraño movimiento que sería incapaz de repetir, abro la puerta del coche y la coloco con cuidado sobre el asiento trasero, ayudándola a tumbarse.
Una vez hecho esto, entro yo en el coche y me siento en el sitio del conductor. Antes de arrancar ajusto el espejo retrovisor, de forma que pueda verla perfectamente. Parece que está dormida, y descontando el maquillaje corrido por sus mejillas a causa de las lágrimas que ha estado derramando, está preciosa.
Me siento algo idiota ahora mismo. ¿Por qué la miras tanto, Niall?
Enciende de una vez el motor y vete de aquí.
Hago caso a mi propia conciencia y arranco el coche, alejándome de esas calles lo más deprisa que puedo, teniendo en cuenta que ella está borracha y podría marearse y devolver en cualquier momento. No sería agradable tener que limpiar la alfombrilla, y menos aún darle explicaciones a mis padres.
Mierda. Mamá. ¿Qué hago ahora?
Sería imposible llevarla a casa, no podríamos evitar hacer ruido y mamá se despertaría en seguida. Si me ve con ella será la ruina. Ni de broma la dejaría quedarse en casa, la echaría a patadas como si fuera un perro sucio. Es algo cruel decirlo así, pero es lo que ocurriría. Así que opto por llevarla a la casa que tenemos a las afueras de la ciudad, en plena montaña. Allí nunca va nadie de mi familia, a no ser que papá tenga vacaciones. Y como ahora mismo no las tiene, esa casa es el lugar perfecto para llevarla.
|| Justin ||
Cuando me dirijo hacia mi casa con Estela, decido pasar antes por delante de la casa de Niall, no me apetece entrar en la mía todavía. Pero cuando estoy justo delante de su portal, veo que su coche no está aparcado en la entrada. Qué raro… él no suele salir por las noches, y mucho menos solo. Y sus padres están aquí, porque la luz del salón está encendida y se pueden oír los sonidos de la televisión.
En fin… ya hablaré con él mañana. Espero que no esté haciendo ninguna locura y que esté con Rikki, no con cualquier otra gente.
Vuelvo a subir en mi moto y avanzo los cien metros que hay hasta mi casa. Cuando entro me encuentro a mamá y a papá en el salón. Suspiro. Tengo que aprovechar ahora que están los dos.
— Hola mamá — beso su mejilla. — Papá — sonrío y choco su mano. Después me dejo caer a su lado.
— ¿Qué tal te ha ido el día? — pregunta papá sin despegar los ojos de la pantalla del ordenador.
— Bien. — asiento — Escuchad… he pensado que podríamos quedar con los padres de Brooke para cenar un día de estos juntos. Aquí o en su casa, porque así… — papá me interrumpe.
— ¡Perfecto! Así me gusta, Justin.
— Lo organizaré todo para que vengan mañana — añade mamá.
Finjo entusiasmo y sonrío, pero en realidad quiero irme. Me apetece sentarme bajo ‘’nuestro árbol’’. Ese árbol que hay en el centro del parque al que Niall y yo íbamos de pequeños. Allí puedo dejar la mente en blanco y aclarar mis ideas. ¿Y cuáles son tus ideas, Justin?
Pues no lo sé, conciencia. No tengo ni idea. Pero estoy seguro de algo: sean cuales sean mis planes, Brooke no entra en ellos. Ojala que papá termine rápido todos estos asuntos de negocios, y así yo podré estar tranquilo con… ¿con quién? ¿con quién ibas a decir, Justin? ¿con Sam?
Sí, con Sam. Es divertido estar con ella. Casi parece una versión femenina de mí mismo, y eso me gusta. Ella me gusta.
‘’Ella me gusta’’.
Es la frase que se repite todo el tiempo en mi mente mientras me pongo el pijama, me acuesto y, posteriormente, me duermo.
|| Niall ||
Aparco justo en la entrada, pero antes de sacarla a ella del coche me acerco a la gran puerta de metal para pulsar la combinación y desactivar la alarma.
Una vez que he pulsado los botones vuelvo a mi coche y abro la puerta trasera. Se ve tan hermosa ahí tumbada, dormida, que me da pena moverla y despertarla. Pero no me queda otra opción, porque no la pienso dejar dormir en el coche.
— Rikki… — acaricio suavemente su rostro y coloco un mechón de su pelo detrás de su oreja, en un intento por hacerla despertar. Me sería imposible sacarla del coche a peso. Pero no responde.
— Rikki, vamos, despierta… — susurro muy cerca de su oído. Parece una niñita pequeña que no está dispuesta a levantarse para ir al colegio, y yo su padre intentando por todos los medios que abra los ojos. Y parece que lo consigo, porque vagamente la veo abrir el ojo izquierdo. Después el derecho. E intenta incorporarse haciendo un esfuerzo, como si pesara doscientos kilos y fuera incapaz de aguantar su propio peso.
Rápidamente conduce su mano hasta su frente y gime. Debe de sentir pinchazos, como si ochenta tambores estuvieran tocando al mismo tiempo dentro de su cabeza.
— ¿Qué pasa? — logra musitar. Su voz suena quebrada y todavía le cuesta vocalizar. Si ahora está así, mañana no podrá ni abrir los ojos.
— Sólo será un momento, necesito que salgas del coche.
Gimiendo cosas que no consigo entender me obedece, y tras unos largos cinco minutos que necesita para ponerse en pie, sale del coche.
Me mira a los ojos y yo me acerco, estrechándola fuertemente contra mí para que no caiga al suelo. Ahora se ve todavía menos capaz de mantener el equilibrio, porque los efectos del alcohol se han mezclado con el sueño y el cansancio que ya llevaba encima. La vuelvo a aupar del mismo modo que antes y nos introducimos silenciosamente en la casa. No hay vecinos que puedan oírnos y que piensen que somos ladrones, pero aún así prefiero no arriesgarme.
Subo los escalones con cuidado, lo último que quiero ahora mismo es caerme encima de ella. Hacía mucho tiempo que no venía aquí, y por un momento me cuesta recordar dónde está la habitación de mis padres. Allí hay una cama de matrimonio donde podré acostarla para que esté más cómoda y tenga más espacio.
La acuesto cuidadosamente en un lado de la cama, pero antes de cubrirla con las sábanas decido quitarle las botas. Dormir con zapatos no es lo más adecuado. Me gustaría poder prestarle un pijama, pero para eso tendría que volver a despertarla y no creo que esta vez me hiciera caso. Además, mi segunda opción sería cambiarla yo y eso no es una opción válida. Yo no puedo desvestirla, y mucho menos sabiendo que está borracha.
Abro la cama y con el mismo cuidado con el que siempre la trato la introduzco dentro, cubriéndole sólo las piernas. Estamos en pleno verano, quizá tenga calor si la tapo hasta arriba. Suspiro por todos los esfuerzos que he hecho esta noche, a pesar de que ella no pese demasiado y sea fácil de manejar.
Me incorporo de nuevo y me dispongo a salir de la habitación para ir a mi cuarto y dormir en mi vieja cama… pero antes de hacerlo volteo para mirarla una última vez.
Duerme plácidamente, con el ceño un poco fruncido, un brazo sobre su pecho y el otro por encima de su cabeza. La luz de la luna entra por la ventana alumbrando su perfil, haciendo que parezca una muñeca blanca de porcelana. Una muñeca hermosa y fina, igual que una princesa. Y al contemplarla así, tan aparentemente inocente, no puedo rechazar la idea de tumbarme a su lado y pasar la noche junto a ella.

martes, 15 de mayo de 2012

•Black Diamond• {Capítulo 23}


Quiero marcharme de aquí, desaparecer de este maldito mundo donde todos me ven, pero nadie parece darse cuenta de que necesito ayuda. De que intento aparentar ser algo que en realidad nunca podría llegar a ser, de que no soy feliz aunque mantenga la sonrisa en mi rostro. Mi vida se ha convertido en una terrible rutina de la que quiero deshacerme ya mismo, porque lo necesito. Un cambio, que las cosas vayan a mejor. Algo por lo que sonreír.
Si mi vida ya era demasiado miserable antes, ahora es muchísimo peor. Pero supongo que tendré que resignarme a aguantar a John cada vez que le apetezca, igual que ahora estoy aguantando su atenta y pervertida mirada mientras bailo. Pero ya no puedo más, no puedo seguir moviéndome aquí arriba, las fuerzas comienzan a fallarme y acabaré haciendo el ridículo, cosa que lo enfurecerá todavía más y será peor para mí.
Bajo sin darle explicaciones a Sam, ya hablaré con ella más tarde.
Decido salir por la puerta de detrás, que da a un mugriento y maloliente callejón. Todo está oscuro y durante un segundo quiero dar media vuelta y evitar cruzarlo, pero tengo claro que no puedo volver ahí dentro.
Salgo a la calle principal y avanzo entre la gente. Esta avenida está llena de bares nocturnos que le hacen la competencia al Black Diamond, pero por suerte jamás hemos tenido que preocuparnos de eso. Las personas con las que me cruzo me miran fijamente, algunos con expresión de asco o repugnancia, y otros con ojos brillantes, deseosos. Pero yo los ignoro, los ignoro a todos y sin poder evitarlo noto como las lágrimas comienzan a recorrer mis mejillas. Con esta ropa, estos zapatos, este color de maquillaje… me siento tan sucia. Además, tengo frío, y supongo que debo de verme patética vagando por estas calles sin rumbo, encogida de brazos y temblando. Es lógico que la gente se quede mirándome. Hasta me sorprende que todavía no haya habido ningún viejo verde que me gritara algo.
Me detengo delante de un local pequeño y oscuro. He venido aquí algunas veces, es un buen sitio para emborracharse hasta un punto en el que no llegas a recordar ni tu propio nombre. Y eso es lo que necesito ahora mismo.
Me gustaría volver a ser una niña. Mi única preocupación era que los vestidos de mi muñeca combinaran con sus zapatos, y lo único que necesitaba para olvidarme de todo era una chocolatina. Al principio los brazos de mamá eran lo único que conseguían calmarme cuando lloraba, pero hace más de quince años que no recibo un abrazo suyo. Hace más de tres que no la veo, y no la echo de menos, en absoluto. Eso es algo que permanece presente en mi cabeza: el sentimiento de culpa por no añorarla. Por no añorar nada de mi antigua vida, por seguir prefiriendo esta a pesar de lo dura que me resulta.
Pero las cosas cambian tarde o temprano, y las preocupaciones de ahora son algunas como moverme de forma lo suficientemente sensual, o, de ahora en adelante, satisfacer las necesidades sexuales de John. Y lo que necesito para olvidarme de todo eso no son chocolatinas, más bien algo llamado alcohol.
Sin darle más vueltas entro y rápidamente noto algunas miradas sobre mí. Pero no le doy importancia porque todas las personas que allí se encuentran han dejado de estar sobrias hace tiempo. Se respira un fuerte olor a humo y el ambiente está cargado de un fuerte olor a alcohol mezclado con el del tabaco. No está demasiado lleno pero hay alboroto. Dos hombres se hablan a gritos al fondo, creo que discutiendo sobre una jugada a las cartas. Quien sabe.
Me siento en uno de los taburetes altos de la barra y le pido al camarero que me sirva lo más fuerte que tenga. Mañana por la mañana me arrepentiré cuando tenga un dolor insoportable de cabeza, pero ahora no hay tiempo para arrepentimientos. Sin pensármelo, una vez que tengo el vaso delante me bebo todo el líquido rosado de un solo trago. No puedo evitar que una extraña mueca aparezca en mi cara cuando siento el alcohol bajando, quemándome la garganta. Suspiro. Compruebo que es verdad que esto es lo más fuerte que hay aquí porque en seguida noto sus efectos. Y me gusta, quiero más.
Dos. Tres. Hasta cuatro vasos enteros me bebo en menos de diez minutos. Mi cabeza da vueltas y me cuesta mantenerme recta, pero aún sigo pensando en John, así que necesito más.
— Dame otra… — le pido al camarero. Siento mi lengua pesada y casi no puedo ni vocalizar. Los ojos se me cierran sin mi permiso y siento que si se me ocurre levantarme voy a caerme redonda al suelo.
— Chica, ya has bebido mucho. — me responde. — Vete a casa.
Yo río y le miro obvia.
— Si me levanto voy a desmayarme… — no puedo evitar reírme a carcajadas al escuchar la forma en la que hablo. Apoyo la cabeza contra la barra y sigo riendo, ahora más escandalosamente, atrayendo más miradas.
— Oye… ¿quieres que llame a alguien para que venga a buscarte?
Vuelvo a reír aún más fuerte ignorando lo que acaba de preguntarme, y algunas lágrimas a causa de la risa comienzan a resbalar otra vez por mis mejillas. Sé que estoy llamando la atención pero no me importa. ¿Por qué te ríes tanto, Rikki? Estoy tan sobria como para saber que estoy haciendo el ridículo, pero tan ebria como para que eso no me importe. Dejo de reír y me quedo paralizada pensando en las palabras del camarero… y de repente me doy cuenta de que es demasiado triste que no tenga a nadie a quién llamar para que venga a buscarme. Y ese es uno de los motivos por los que estoy aquí, en este bar, sola, borracha. Desgraciada.
|| • ||
A pesar de que siente que su cabeza va a estallar, hace un esfuerzo por levantarse de la silla y salir de ese maldito bar. Sabe que es el centro de las miradas y no le gusta que la gente se ría de ella. Se maldice a sí misma porque lo único que ha conseguido el alcohol es provocarle unos infernales y mareos. Unos mareos tan intensos que no la dejan mantener el equilibrio y la obligan a caminar tambaleándose. No ha podido olvidarse de nada que tenga que ver con el Black Diamond, ni con John. Abre la puerta y como puede sube los tres escalones que la conducen de nuevo hasta la acera de la calle. Hay más silencio que cuando ha llegado, porque ya empieza a ser tarde. Las calles tan sólo están iluminadas por unas débiles farolas, pero son suficientes para alumbrarle el camino. Aunque lo ve todo borroso, muy borroso, y el suelo da vueltas, y se aleja y se vuelve a acercar constantemente, y tiembla. Camina despacio, apoyándose de vez en cuando en la pared, y en vista de que tarde o temprano terminará cayéndose, decide sentarse en una esquina, envolviendo sus rodillas con los brazos. Apoya la cabeza contra la pared y cierra los ojos lo más fuerte que puede, intentando contener las lágrimas que amenazan con asomarse. Pero esta vez no lo consigue, es más fuerte que ella y sin quererlo comienza a llorar. Suspira y solloza, y por un momento le viene a la mente una imagen, un recuerdo de cuando era pequeña y vivía en casa con sus padres. No fue una época feliz para ella pero esa fue su infancia, y aunque no fuera lo correcto, no se arrepiente de haber abandonado a sus padres. Ellos cometieron muchos errores y Rikki no estaba dispuesta a soportarlo más.
Saca su teléfono móvil dispuesta a llamar a Sam para que vaya a recogerla, en vista de que no puede llegar a casa por sí misma. Antes de haber avanzado más de diez pasos caería al suelo sin poder moverse.
Va bajando por la agenda de contactos en busca del número de su amiga, deteniéndose de vez en cuando y cerrando fuerte los ojos, ya que mirar durante demasiado tiempo seguido la pantalla hace que los mareos aumenten. Aparece delante de ella un número que en ese momento no recordaba tener guardado. Sonríe.
Sin pensárselo demasiado pulsa la tecla verde y coloca el aparato en su oído. Pip. Pip. Pip. Alguien responde.
— ¿Hola? — ella se estremece ligeramente al escuchar su voz.
— ¿Me echas de menos? — pregunta y suelta una carcajada silenciosa al volver a escucharse hablar.
— ¿Rikki? ¿Eres tú?
— Sí — vuelve a reír pero esta vez más fuerte. Después de unos segundos sus carcajadas van disminuyendo hasta desaparecer. Unos segundos en los que él no dice nada, pero sigue pendiente al teléfono, esperando lo que ella, ahora más seria, tiene que decirle. — ¿Vienes a buscarme? — pregunta Rikki en un susurro, juguetona.

•Black Diamond• {Capítulo 22}


Me arreglo la camisa y me aseguro de que las flores no estés marchitas, ni los bombones derretidos. Sólo me falta hacer el ridículo otra vez. Toco al timbre y muevo las piernas para canalizar un poco los nervios. Una copia exacta de Brooke, sólo que con más edad, me abre la puerta con una sonrisa.
— Buenos días, Connie. ¿Está Brooke en casa?
— Claro, pasa. Ahora le digo que baje.
Obedezco y me siento en el sofá de terciopelo rosa. Todo en esta casa tiene tonos rosas. La pared de color rosa pastel, los muebles de un blanco rosado, los sofás rosas chillones y las alfombras fucsias. Demasiado rosa para mi gusto, no entiendo cómo su padre permite que sea Connie quien se encargue de la decoración de la casa. Oigo pasos provenientes del piso de arriba que se dirigen a las escaleras, y trotando como una niña contenta aparece Brooke en el salón.
Veo que se esperaba a cualquier persona menos a mí, porque se le borra la sonrisa en cuanto me ve. Su madre baja detrás de ella y al ver su expresión, decide dejarnos solos para que podamos hablar.
— ¿Qué quieres?
— Te he traído flores. — digo acercándome y entregándoselas.
— Gracias. — las coge y las mete dentro de un jarrón oriental que parece bastante antiguo.
— Lo siento, Brooke. Esas dos chicas que aparecieron en el restaurante son… conocidas.
— Ya, parecían conocerte muy bien. — responde cortante. Resulta extraño escuchar este tono de voz viniendo de ella, porque siempre habla como si se hubiera tragado un silbato.
— Bueno, pero tú sabes que yo sólo estoy interesado en ti.
Eso la pilla por sorpresa y parece relajarse un poco, porque no me aparta ni se aleja cuando me acerco a ella y poso las manos en la cintura. Sigue seria, pero al menos no me mira como si quisiera asesinarme con la mirada.
— ¿Y yo cómo sé que eso es verdad?
— Porque estoy aquí, ¿no? — contesto obvio. Consigo que esboce algo parecido a una sonrisa y acerco mis labios a los suyos. Al principio me da miedo que me suelte un bofetón, pero se me pasa cuando ella se apresura a juntar nuestras bocas y me rodea el cuello con los brazos. Ojala entrara su padre ahora mismo, porque sería difícil vernos más unidos que ahora. Esto es lo que quiere papá y eso es lo que estoy haciendo. Y ya que lo hago, lo hago bien, así que me vuelvo a sentar en el sofá, esta vez con ella encima. Acaricio su espalda y ella toquetea la parte baja de mi barriga, por debajo de la camiseta. Me excita que haga eso, pero ya no como antes. Un carraspeo nos interrumpe y vemos a su madre en la puerta, arreglada como si fuera a marcharse.
— Tengo hora en la peluquería — explica — volveré en dos horas.
Entonces nos mira algo curiosa por la posición en la que estamos, y baja la vista hasta el lugar en el que su querida hijita tiene posadas las manos. Muestra una media sonrisa y advierte:
— No hagáis ninguna locura.
Cuando escuchamos el sonido de la puerta comenzamos a reír algo incómodos, suerte que yo no he tenido la tentación de meter las manos también por debajo de su camiseta.
— Yo también me tengo que ir. — suspiro, como si irme fuera lo que menos quiero ahora mismo. — ¿Nos vemos mañana?
— Claro que sí. — dice, y vuelve a besarme con más ímpetu que antes. Le devuelvo el beso y después salgo de su casa, rumbo a la de mi mejor amigo. Tengo cosas que contarle, y creo que él a mí también.
|| Niall ||
• Estoy en tu puerta, ábreme.
Vuelvo a bloquear el móvil después de su mensaje, y bajo a abrirle la puerta. Sabe que a estas horas mi padre hace siesta, y si se le ocurriera llamar al timbre y despertarle, acabaría muerto. Chocamos las manos a modo de saludo y subimos a mi habitación, procurando hacer el menor ruido posible. Papá tiene el sueño muy ligero.
— He vuelto con Brooke.
Lo suelta casi como si fuera algo desagradable.
— ¿Te ha perdonado?
— Claro, no puede resistirse a mí. — carcajea y yo niego con la cabeza, sonriendo.
— Bueno, pues me alegro por ti, de verdad. Aunque no creo que a Sam le haga mucha gracia.
— Ya lo sé, pero algo que no sabe no puede hacerle daño, ¿no?
Elevo las cejas y lo miro. ¿Habla en serio? ¿de verdad piensa eso?
— No me mires así. Sabes que estar con Brooke no es una cosa que me entusiasme, ¿sabes? Es algo cortita.
— ¡Eso ya lo sé! — ahora soy yo quien carcajea con ganas — llevo diciéndotelo desde que la conocemos.
— Es por los negocios de papá… una vez que esté todo listo no tendré que aguantarla más. Pero yo no quiero hablar de eso ahora. — sonríe pícaramente y entonces sé que sólo puede preguntarme por una cosa. — ¿qué tal te va con Rikki?
— Pues bien. — intento parecer lo más natural posible y disimular lo mejor que puedo que el corazón me late un poquito más rápido.
— Me alegro… porque voy a ir esta noche al Black Diamond. ¿Te vienes?
— Ni soñando. No voy a ir y no me vas a convencer. Si quieres ir ligar con Sam, adelante, pero a mí déjame en paz.
— Ah, ¿prefieres que Rikki se ligue a otro esta noche?
Aprieto la mandíbula y entro en el baño. Odio cuando hace eso. Consigue manipularme con palabras para hacerme hacer lo que él quiere, pero esta vez no voy a ceder. No voy a ir a ese lugar, y no voy a pensar qué estará haciendo Rikki.
Vamos, Nialler, no te engañes… sí que estarás pensando en qué estará haciendo y con qué hombre. No puedo evitarlo, no me hace gracia imaginarla en brazos de otro. Me di cuenta hace días, sólo que no he sido lo suficientemente valiente para admitírmelo a mí mismo. Me echo agua por la cara y vuelvo a mi cuarto, donde Justin sigue sentado sobre la cama.
— Lo siento… — dice — pero es que no entiendo por qué no intentas algo con ella.
— Porque yo no soy como tú. — espeto — Yo no voy a besar a mi supuesta novia por la mañana y luego voy a un local nocturno a bailar con otra chica.
— No, tú te quedas en tu habitación toda la noche pensando en cómo sería estar con ella, pero sin hacer nada, como siempre.
Antes he subido el tono de voz, y ahora ambos estamos hablándonos a la defensiva, algo nerviosos.
— ¿Por qué no admites que te gusta Rikki? — me suelta.
— ¿Y tú por qué no reconoces que te mueres por Sam? — vuelvo a alzar la voz. Se levanta de la cama y se marcha dando un portazo. Ya no le importa despertar a mi padre con el ruido, y también le da igual asustar a mi madre.
Supongo que en ese sentido somos los dos igual de cobardes. No, él lo es más por estar con Brooke. Sé que se siente obligado a estar con esa chica, y lo entiendo porque yo haría lo mismo por mi padre. Pero lo está haciendo mal. O Sam, o Brooke, las dos al mismo tiempo no. Porque al final terminará peor de lo que está ahora. Una de las dos se terminará enterando y entonces ya se habrá acabado todo. Ni Brooke, ni negocios, ni Sam. Y, además, yo sí admito que me gusta Rikki, porque es así. Me gusta porque es guapa, inteligente y cariñosa.
|| Sam ||
Rikki ha estado tan rara estos días… no come, apenas bebe y no ha hablado en todo el día. Bueno, sí, pero sólo cuando yo le pregunto algo. Y me responde con ‘’sí’’ o ‘’no’’.
Y lleva más de dos horas tirada en el sofá mirando la televisión. Sólo se levanta cuando la aviso de que tenemos que comenzar a arreglarnos para ir a trabajar. Por desgracia, nuestro maravilloso fin de semana de vacaciones ya ha terminado, y tenemos que volver a la rutina. Cada una se mete en su habitación para recogerlo todo un poco, y al cabo de media hora estamos las dos listas en la puerta.
Pero cuando entramos en el coche, yo ya no aguanto más con su silencio.
— ¿Me vas a contar ya qué te pasa?
— No hay nada que contar. Simplemente estoy cansada.
Gira la cabeza para mirar por la ventanilla, y a mí no me queda otro remedio que arrancar si no queremos llegar tarde, porque son casi las ocho.
— Es imposible que estés tan cansada, llevamos dos noches sin trabajar. No conseguirás mentirme.
— No te estoy mintiendo, Sam. — eleva un poco la voz y resopla.
Entonces yo decido dejar ya el tema. Tarde o temprano terminará contándomelo, pero si insisto ahora será peor y se alterará más. Lo único que tengo claro es que no es nada bueno, y tiene que ser algo importante para ella, porque normalmente no deja que nada la afecte de esta manera.
Cuando aparco frente al mugriento callejón que hay detrás del local, sale disparada del coche y se pierde dentro del edificio. Ahora la que suspira soy yo. Me gustaría entenderla, y si soy sincera, no entiendo por qué no me lo ha contado todavía. Es todo demasiado raro.
Sigo sus pasos y entro en el Black Diamond. Antes de ir a los vestuarios salgo a la pista principal para que John me vea y sepa que he llegado. Me hace un gesto con la cabeza y yo entro a cambiarme. Rikki ya está casi lista y cuando termina, se sienta en uno de los bancos de madera a esperarme. Las demás están ya maquillándose.
— Siento haberte hablado mal antes.
— No te preocupes, a mí de todas formas no me engañas. Cuéntamelo cuando quieras. — le sonrío y beso su mejilla. Sí que es verdad que me ha molestado que me hablara así, pero supongo que le ha salido solo.
— Voy a maquillarme, después nos vemos.
— Vale — asiento.
Pasa un rato más hasta que todas estamos preparadas, entonces empezamos a colocar las sillas, las bebidas de detrás de la barra y algunas barren el suelo. Más tarde, sobre las nueve y media, las puertas se abren y nosotras nos vamos cada una a los sitios que nos tocan. Rikki se cambia con Samantha y se mete detrás de la barra, ya que hoy es evidente que no tiene humor para bailar. Yo, por el contrario, subo junto con otras cuatro chicas y, una vez que el local está casi lleno, la música comienza a sonar, dando inicio a nuestra sensual coreografía. Ya no necesito ni mirar el suelo para no caerme de la barra, he memorizado todos y cada uno de los centímetros que la forman. Podría moverme con los ojos cerrados y aún así no me caería.
Después de una hora o dos, cuando ya hay bastantes borrachos en la sala, veo aparecer a Justin por la puerta principal. Mi primera reacción es pestañear un par de veces para asegurarme de que no me lo estoy imaginando, y después, casi de manera inconsciente, le sonrío. Él ya me ha localizado y también me mira. Hace un gesto con la cabeza desde el fondo de la sala, y me pide que baje a bailar con él. Y eso hago. Me abro paso entre la gente ganándome caricias y algunas palabras o comentarios subidos de tono. Ya estoy más que acostumbrada.
— ¿Qué haces aquí? — le pregunto cuando estoy a menos de un metro de él. Nos cogemos mutuamente, él a mí por la cintura y yo rodeando su cuello. Y casi como algo automático, comenzamos a movernos al ritmo de la música. Mis caderas se mueven solas de una forma diferente con cada canción, en cambio a él le cuesta un poco más seguir mis pasos.
— Me apetecía venir a bailar contigo. — sonríe pícaramente y yo le imito, sin dejar de bailar. Sam, viene a bailar. A bailar, nada más. Nada más, así que yo no voy a permitirme hacer algo con él que no sea bailar.
Me giro para observar a Rikki, que hace un rato se subió a la barra a bailar, pero ahora suspira como si estuviera mareada, y se marcha al camerino. Quiero ir detrás de ella, pero entonces caigo en que eso sería peor. Si ella ha decidido que quiere estar sola, no voy a ser yo la que la siga pidiéndole explicaciones que sé que no me dará.

•Black Diamond• {Capítulo 21}


|| Justin ||
Nada más llegar a mi habitación para dejar las llaves, escucho que mamá y papá me llaman desde el salón. Supongo que debe de ser algo importante, así que me apresuro y bajo las escaleras lo más rápido posible, llevándome por delante uno de los jarrones de mamá, pero consigo cogerlo al vuelo y, después de suspirar de alivio, lo vuelvo a colocar en el pueblecito.
— ¡Justin! ¿Vienes o no? — insiste mamá.
— Estoy aquí.
Aparezco por la puerta del salón y me siento en el sofá, frente a ellos.
— ¿Qué tal te va con Brooke? ¿sois amigos?
Debía haberme imaginado que se trataba de esto. Al fin y al cabo, parte los negocios de papá dependen de mi relación con ella.
— Más o menos.
— ¿Y eso qué significa? — interviene mamá — ¿estáis juntos?
Estaría encantado de responderle que sí, pero esa actuación de cierta chica y su amiga la noche del restaurante lo estropeó todo.
— No, no estamos juntos. La llevé a cenar la otra noche, pero discutimos. Desde entonces no la he visto.
Mamá frunce el ceño y papa me mira casi sin poder creerse lo que ha escuchado. Pienso que sacan las cosas de quicio. Quienes tienen que llevarse bien son mi padre y el de Brooke, no ella y yo. Ellos son quienes firman los contratos, los que tienen que estar de acuerdo, no nosotros.
— Pues arréglalo. Regálale flores, cómprale bombones… lo que sea. Pero ella no puede estar enfadada contigo.
— Papá, sólo sabe hablar de pintauñas o de la ropa que se compra en el centro comercial. Estar con ella es demasiado irritante.
Hasta yo mismo me asombro de haber dicho eso, sobretodo porque hace unos días mi idea de Brooke era la misma, sólo que pensaba que no hacía falta que habláramos. Es decir, mis intenciones con ella eran claras, ¿no?. Y que yo sepa para hacer el amor no es necesario hablar, y yo no tendría por qué escucharla. El problema es que ella lleva tanto tiempo detrás de mí, que no sólo se conformará con eso. Querrá una relación de verdad, seria, novios oficiales. Y yo no quiero eso, ni con ella ni con nadie. Es un auténtico coñazo.
— Me da igual, me prometiste que lo intentarías, ¿ya no te acuerdas, Justin? Sabes que es importante, a su familia le caemos bien. Y le caeremos todavía mejor si se entera de que estáis juntos. Sería sólo hasta que su padre hubiera firmado todos los contratos y demás.
Aparto la mirada de la suya, porque sé que diga lo que diga no le va a convencer de nada. Él quiere verme con Brooke, así que como no hay nada más que decir, me levanto y me retiro a mi habitación otra vez. Por un momento pienso en hacer eso típico de las películas, en coger una hoja y anotar las virtudes y defectos de Brooke, para ver las ventajas que tendría salir con ella. Pero sé que es algo estúpido y que nunca sirve de nada. Además, no sé por qué pero ninguna cualidad de Brooke parece ser lo suficientemente buena si la comparo con Sam. Eso me atormenta porque sé que es más que imposible. Así que aparto su imagen de mi cabeza, y me concentro en Brooke.
Es guapa. No es demasiado inteligente. Le gusto mucho. No puedes hablar con ella si no es sobre moda. No le gusta comer demasiado. Pasa el cincuenta por ciento de su tiempo mirándose en el espejo. Es caprichosa. Consentida. Algo bueno de ella es que no para hasta conseguir lo que quiere, así que se podría decir que es una luchadora. Aunque yo creo que la palabra más adecuada sería manipuladora.
Justo después de hacer todo eso, compruebo que yo tenía razón y que hacer esa lista mental no ha servido de nada. Total, ¿para qué? Sigo pensando en que no quiero que sea mi novia. Me veo obligado a interrumpir mis pensamientos otra vez porque alguien llama a mi puerta.
— ¿Qué quieres ahora, mamá?
Se sienta en mi cama y mira hacia un punto fijo de la habitación.
— Sé que tener una novia como Brooke no es lo que quieres, y lo entiendo.
— Pero mam…
— Déjame terminar. — me interrumpe, y después continúa con su pequeño sermón. — Pero piénsalo, Justin. ¿Acaso conoces a alguna otra chica que no sea como Brooke? Todas las adolescentes de tu edad se preocupan por lo mismo.
‘’No, mamá, no todas’’. Pienso. Y siento ganas de decírselo, pero sé que eso sería peor porque, además de que se molestaría si vuelvo a interrumpirla, me preguntaría a quién me refiero al decir que no todas las chicas son así. Y no estoy dispuesto a hablarle de Sam.
— La cuestión es — continúa — que para papá esto es importante. Si consigue lo que quiere, que es fusionar su empresa inmobiliaria con la del padre de Brooke, evitarían cualquier tipo de problema financiero.
— Y yo todo eso ya lo sé.
— Pero no basta con saberlo, tienes que entenderlo. Tú serás el próximo en dirigir la empresa, y le debes este favor a tu padre.
Abro la boca en un amago de hablar, pero ella se pone en pie y vuelve a interrumpirme.
— Eres mayorcito, Justin. Tú sabrás lo que haces. — y dicho esto, sale de mi habitación.
Sí, perfecto mamá, tú y tus sermones reflexivos. Ojala hubiera mantenido la boca cerrada porque ahora ha conseguido que me sienta mal. Papá, que trabaja durante todo el día para que nunca falte de nada y podamos permitirnos caprichitos. Papá, que nunca le ha importado ser el único que trae el dinero a casa. Papá, que ahora me está pidiendo un favor que yo no quiero hacerle. Y así es como quedo yo como el hijo injusto y malcriado que no está dispuesto a satisfacer una pequeña necesidad de su padre.
Suspiro, entonces empiezo a pensar en qué momento sería oportuno para presentarme en casa de Brooke con las rosas y los bombones, dispuesto a pedirle perdón y arreglar las cosas con ella.
|| Rikki ||
Sábado por la mañana. Normalmente me molesta que el sol me despierte temprano cuando se cuela entre las cortinas de mi habitación, pero hoy sentir su luz y su calor me produce una sensación agradable, como de tranquilidad.
Sé que es pronto, porque aún se escucha poco movimiento en la calle.
Sin embargo, lo que sí que se escucha es el pitido de mi móvil, alguien acaba de mandarme un mensaje. Dudo si abrirlo o no. Sam no puede ser, porque sigue dormida y además está aquí conmigo. ¿Niall? No, él no me enviaría ningún mensaje. Y teniendo en cuenta que nadie más tiene mi número de teléfono, solamente puede ser una persona. Una persona que me inspira desconfianza y de la que no se puede esperar nada bueno. John.
Y cuando acerco la pantalla del móvil, compruebo que tenía razón. Es él.
‘’Preciosa, ven al Black Diamond a las nueve. Sola. Tengo que decirte algo importante, no falles’’.
Miro el reloj. Las ocho. Genial, tengo una hora enterita para comerme la cabeza preguntándome qué puede querer John para citarme por la mañana. Y además sola, sin Sam. Y siento que algo de terror me invade, porque cabe la posibilidad de que quiera lo que yo llevo evitando desde que entré a trabajar allí. Supongo que después de tanto tiempo, a John ya no le sirve que trabajemos para él a cambio del piso. Ahora debe de querer algo más.
Saco del armario los pantalones y la camiseta más anchos que tengo. No me gusta ir vestida así, pero tengo la sensación de que no debo ponerme nada demasiado ajustado, ni corto, ni escotado.
Me lanzo a la calle sin avisar a Sam, ni siquiera le he dejado una nota. ¿Para qué? En seguida sabría que hay algo raro y vendría, y eso no sería bueno porque John quiere que vaya sola.
Entonces pienso en todas esas noches en las que me sentía incómoda mientras bailaba, porque él tenía la mirada fija en mí. Cada vez que me tocaba meterme con algún hombre en las salas de reserva él se molestaba. También recuerdo sus comentarios fuera de contexto, y sus indirectas que tan sólo yo parecía recibir. Y tengo miedo.
¿Y qué hago yo, entonces?
Nada, Rikki, no puedes hacer nada.
Si te largas de allí corriendo, tanto Sam como tú estaréis viviendo debajo de un puente en menos de veinticuatro horas. Y sin trabajo. Sin universidad. Sin nada.
Y si acepto, sea lo que sea lo que me vaya a pedir, estaré perdida. Porque una vez que diga que sí, tendré que aceptar siempre. Siempre que él quiera. Y ya no habrá vuelta atrás.
De repente me mareo, ni siquiera he desayunado. Y siento un pinchazo en la barriga, acompañado con un nudo en la garganta que hace que sienta ganas de llorar cuando me encuentro frente a la puerta del Black Diamond. Son las nueve menos cuarto pero sé que él está dentro, porque la puerta no está cerrada con llave.
Al entrar veo las luces encendidas, y una silueta masculina sentada en uno de los taburetes de la barra, mirándome con una sonrisa.
— Me alegro de que hayas sido puntual.
— Sí… pero tengo algo de prisa, estoy ocupada. ¿Qué querías?
— No vayas tan rápido, preciosa. Supongo que sea lo que sea puede esperar, ¿no?
Trago saliva. Tengo que decir que sí, sobretodo porque es mentira que esté ocupada, no tengo nada que hacer en toda la mañana. Pero lo que sí que tengo es prisa. Prisa por salir de aquí y no volver hasta mañana por la noche, que es cuando me toca trabajar.
— Tú sabes que no me ha importado manteneros estos meses, hacéis un trabajo excelente aquí. — me mira y yo asiento. — pero digamos que desde que te conozco he querido probar una cosa.
Y no hace falta que diga nada más, porque ya he captado lo que quiere decirme, y él lo sabe. Así que la única opción que tengo es tragar saliva y cerrar fuertemente los ojos mientras acerca sus labios a mi cuello, y sus manos a mi trasero. No llores, Rikki, intenta reprimir las lágrimas o será peor. Pero lo que siento no son ganas de llorar, más bien se me revuelve el estómago y creo que las arcadas aparecerán de un momento a otro, sobretodo cuando en lugar de mi cuello, me besa en la boca.
— Y también sabes que es mejor si nadie se entera de esto… — susurra, y su aliento me golpea en la cara. Asqueroso.
— No, John. No diré nada.
— Perfecto, preciosa. Ahora ven conmigo.
Una hora después salgo de una de las salas de reserva, terminando de abrocharme el cinturón. Me voy del Black Diamond lo más rápido posible para que John no tenga tiempo de vestirse y alcanzarme otra vez. Necesito vomitar unas cuantas veces, lavarme la boca con jabón para quitarme el sabor a alcohol que había en sus labios, y restregarme bajo la ducha todas las veces que haga falta, para dejar de sentirme así de repugnante. Y eso hago cuando llego a casa, aprovechando que Sam no está y así no tendré que darle ninguna explicación. Pero no voy a llorar, yo no soy así. Esto tenía que pasar tarde o temprano, si no era conmigo sería con Sam. Y me alegro de que haya preferido dejarla en paz a ella, porque dudo que hubiera podido aguantarlo. Acabaría por decirle algo desagradable y a John y entonces, ambas estaríamos perdidas. Perdidas y sin techo. Al menos yo sé que voy a poder aguantar, sufriéndolo todo en silencio.
Entro en la cocina y me acerco al calendario que tenemos colgado en la pared. 1 de mayo. El tiempo se va demasiado rápido sin que nos demos cuenta, y cuando lo hacemos vemos que ya es demasiado tarde para volver atrás. Porque el mundo sigue girando y la vida avanza, por mucho que tú vayas con retraso. Quedan cuatro meses hasta que empiece el curso en la universidad de aquí, de Londres. Cuatro meses. Y dentro de uno empiezan las oposiciones para ver quienes entran y quienes no. Por suerte, Sam y yo estamos bien preparadas y creo que no tendremos demasiados problemas para entrar. Y como, una vez que empecemos viviremos en el campus, no tendremos que preocuparnos nunca más por el Black Diamond, ni por John.

•Black Diamond• {Capítulo 20}


Deben de ser más o menos las dos y media o las tres de la madrugada cuando llego a casa. Casi la misma hora a la que solemos llegar Rikki y yo cuando volvemos del trabajo. Entro despacio y procurando no hacer ruido para no despertarla, y la veo tumbada en el sofá con la televisión encendida, pero sin volumen. Una vez que he dejado el bolso y las llaves en mi habitación, me acerco para despertarla. Me sabe mal, porque es agradable verla dormir, pero de todas formas tendría que hacerlo para que se fuera a la cama si no quiere tener la espalda rota cuando se levante.
— Rikki… — susurro muy cerca de su oído mientras le acaricio el brazo.
— ¿Ya has llegado? ¿qué hora es? — bosteza y hace ademán de mirar el reloj, pero está demasiado dormida como para ver las manecillas con claridad.
— Las tres de la mañana — contesto divertida.
— ¿Has estado hasta ahora con Justin?
Se incorpora y se obliga a espabilarse para escuchar lo que tengo que contarle. Será de madrugada y puede que ella esté muerta de sueño, pero sigue siendo igual de cotilla que siempre.
— No, él se marchó a casa hace tiempo. Yo he estado por ahí, paseando. Me apetecía tomar el aire nocturno.
Hago una pausa y sonrío, porque sé que ella se muere de ganas de que continúe, pero espero a que me insista.
— ¡Cuéntamelo todo! ¿Qué habéis hecho al estar juntos?
— Un poco de todo.
Entonces me vienen todas las imágenes a la cabeza, casi como si estuviera otra vez allí presente cuando paseábamos por el parque.
— ¿No quieres que vayamos a por un helado?
— Creo que a Niall le apetecerá estar solo con tu amiga, ya sabes. Si nos ve se pondrá nervioso.
Asiento y le doy la razón mientras seguimos caminando por el verde paseo. Durante un segundo siento el impulso de cogerle la mano y caminar como una pareja de algo más que amigos. Pero sé que no tengo que hacerlo, al menos no todavía. De repente, me viene de nuevo a la mente una pregunta que lleva días rondándome la cabeza. En teoría no es asunto mío, pero no puedo evitar que me mate la curiosidad. Y, para qué engañarnos, necesito saberlo.
— Justin, ¿sigues con Brooke?
La pregunta le pilla por sorpresa, y eso es fácil notarlo en su expresión. Afloja un poco el paso y se pone serio.
— No. No he hablado con ella desde esa noche en el restaurante.
— Ah. — Justo después de decir eso, una gran carcajada sale de mi boca sin que yo pueda hacer nada para controlarlo. Recordar la cara que puso Justin cuando Rikki apareció es algo digno de recordar. Y después está la histeria de Michelle. Estuvo mal y una parte de mí se arrepiente, pero es demasiado divertido como para intentar reprimir la risa. Y él tampoco puede, porque a pesar de que en aquel momento no le hizo nada de gracia, ahora supongo que lo ve como un anécdota más.
— ¡No te rías! Pasé uno de los peores ratos de mi vida, y todo por tu culpa, ¿sabes?
— Te lo tenías merecido. — me detengo y lo acuso con mi dedo índice. — Además, esa rubia de bote es un poco huequita, ¿no crees?
— Claro, y usted es mucho más inteligente, ¿no, señorita Sheffer?
Vacilo y elevo una ceja antes de contestar.
— No te quepa duda, Bieber.
Comienzo a caminar delante de él agitando las caderas, porque sé que de un momento a otro me alcanzará. Y no me equivoco, sólo que lo hace de una forma inesperada. Siento sus manos en la cintura y su aliento cerca de mi oído.
— No me cabe duda.
Pum. Corazón paralizado.
— Sigo sin entender por qué no intentaste arreglar las cosas con ella. — susurro. Y le cuesta oírme, teniendo en cuenta que estamos en medio de la calle, con los ruidos típicos de coches, pajaritos, niños riendo y sus madres corriendo detrás de ellos.
— A lo mejor es que yo pienso lo mismo que tú. Puede que haya una chica mejor que ella.
— ¿Alguien mejor que Brooke? ¿eso existe? — pregunto irónica. Él ríe y vuelve a ponerse a mi lado. Decido que lo mejor será comportarme como si esto último no hubiera pasado. Como si sus manos no hubieran tocado mi cintura, porque eso me pone nerviosa y noto cómo se me eriza la piel.
Después, es él quien comienza a caminar y me adelanta.
— ¿Vienes? — pregunta con una sonrisa.
Sam, idiota, deja de asentir y camina. Tiene que haber alguna forma de no sentirme así cada vez que sonríe.
Entonces ya no estoy en el parque, ni con Justin. Ahora estoy en el sofá de mi casa con Rikki, que me mira esperando que le cuente la parte más interesante. Lo que en teoría tiene que venir ahora. El problema es que no hay nada más que contar.
— ¿Y ya está? ¿Un beso en los labios?
— Tenía que irse, su madre lo llamó.
Entonces ella comienza a reír, y las dos empezamos una extraña representación de cómo deben de ser los familiares de Justin y Niall. Por alguna razón los imaginamos como los típicos padres estirados que salen en las películas. Esos que siempre van con la espalda recta como si fueran palos, y hablan pausadamente. Rikki finge tomar el té y vuelve a carcajear.
Luego comienza una guerra de cojines entre nosotras, en las que también hay gritos y más risas. Seguramente los vecinos de la otra manzana también deben de estar oyéndonos, pero eso no es motivo para que paremos.
— ¡Ah! ¡eres una bruta! — Rikki vuelve a carcajear y se tira en el sofá, sujetándose el brazo. — ¡Me has hecho daño!
— Bah, no será para tanto, exagerada. Lo que pasa es que sabes que no puedes conmigo.
— Ah, crees que no, ¿eh?
No me da tiempo a escuchar la frase entera cuando ya la tengo encima de mí, acosándome con cosquillas y haciendo que me cueste respirar.
Aprovecho un momento de debilidad y me lanzo sobre ella, repitiendo sus movimientos y consiguiendo que me suplique cuando ve que se queda sin aliento.
Después de una hora, más o menos, las dos estamos jadeando, incapaces de seguir moviéndonos.
— Estás roja. — carcajeo débilmente.
— Tú también. — suspira.
— No me has contado qué has hecho tú con Niall. — me dejo caer sobre el sofá y ella me imita, sonriendo, como siempre que el nombre del rubio aparece en la conversación.
— No hemos hecho nada interesante… sólo hemos tomado un helado en nuestra heladería.
— ¿Y no le has besado?
— ¿Cómo iba a besarle? ¿te has vuelto loca?
— ¿Quién eres tú? ¿dónde está Rikki? — pregunto muy seria. No puedo creer que haya dicho algo así, cuando normalmente terminan todos a sus pies cuando ya llevan una hora con ella.
— Sabes que Niall es… diferente — me explica — no creo que quiera otra cosa que amistad.
— Claro… y tú y yo todavía somos vírgenes. Rikki, por favor.
— ¿Y qué quieres que haga? ¿Qué lo ate a la cama? — carcajea pero yo noto nervios en su mirada. Y creo que entiendo lo que le pasa.
— ¿No será que te gusta demasiado?
— No… sí… mira, no lo sé. Y no quiero saberlo. Me voy a dormir — se acerca y me besa la mejilla. — Buenas noches, Sam.
Y desaparece por el pasillo con un humor completamente diferente al que tenía hace diez minutos. Me ha mentido, sí que lo sabe. Igual que yo también lo sé. Que ellos han llegado para poner nuestra vida patas arriba, para cambiarnos todos los esquemas. Y lo están consiguiendo, no saben hasta qué punto.
Siento un impulso de ir detrás con ella y quedarnos toda la noche hablando, desahogándonos y expresando todo lo que sentimos. Llorando, si hace falta. Pero no, la conozco demasiado como para saber que ella no quiere hablar sobre el tema. Porque si hay algo que sé, es que no es tonta. Y como no es tonta, es consciente de que enamorarse de Niall es lo peor que podría hacer ahora mismo. Porque todo son inconvenientes frente a las pocas ventajas que hay. Y resulta irónico que yo esté dándome lecciones a mí misma sobre los inconvenientes del amor. Yo, hablando del amor como si conociese perfectamente la situación, a pesar de que nunca me he enamorado.

lunes, 7 de mayo de 2012

•Black Diamond• {Capítulo 19}


Alzo una ceja y mantengo la vista fija en la dirección en la que acaba de marcharse mi mejor amiga con Niall.
¿Acaban de irse cogidos de la mano, o ha sido una alucinación mía?
Por lo menos ella tiene claro cómo tiene que comportarse con él, sin vergüenza, dejando de lado toda la timidez que a él le sobra. Los veo alejarse en dirección a la heladería que hay en frente del parque. Sé que se dirigen hacia allí porque he escuchado a Rikki mencionar algo de un batido de cookies, y a ella le encantan los que preparan en esa heladería. Observo entonces sus manos cogidas y sonrío. Recuerdo que una vez nosotras tuvimos una conversación sobre Niall y Justin. Ella mencionó que el rubio no iba a tardar demasiado en coger confianza con ella, y por tanto no tardaría demasiado en caer. Por lo que veo tenía razón, y me alegro de que sea así. Seguramente esta noche llegará a casa sonriendo, y me contará que una vez más se ha divertido mucho hablando con él.
Es curioso la manera en la que todos y cada uno de los tíos que pasan por el Black Diamond, con quiénes no tiene límites, con quiénes llega hasta el final, consiguen aburrirla. Y ahora le basta con una absurda conversación con Niall para divertirse.
Justin carraspea y me hace acordarme de que él está todavía de pie a mi lado. También mira en la misma dirección que yo, y entonces me siento incómoda y nerviosa. ¿Qué hago? ¿qué digo?
Quizá lo mejor sea irme a casa, olvidar que me ha ayudado a pesar de que sabía a dónde iba, de que John acaba de venir a amenazarlo. Tirarme en la cama y no pensar en nada que esté relacionado con el Black Diamond durante los dos días que tengo libres. Pero siendo realistas, sé que eso va a ser imposible. Es como cuando se te pega una canción, y no deja de sonar en tu mente. Intentas por todos los medios que deje de sonar, pero es imposible detenerla. Algo parecido me pasa cuando pienso en Justin. Me digo a mí misma que pensar en él no me sirve de nada, salvo para ponerme nerviosa. Pero es como si hablara con una pared, porque su imagen sigue proyectándose en mi mente. Sus ojos dorados escrutándome, sus labios rosados que de vez en cuando dejan escapar una sonrisa demasiado adictiva. Esos labios tan sabrosos que he podido besar esta mañana.
El claxon de un coche suena muy cerca de nosotros, y me hace volver a la realidad. Como si despertara de un sueño me siento algo aturdida, encontrándome frente a frente con los mismos ojos en los que estaba pensando, sólo que ahora están un poquito más cerca.
|| Niall ||
En cuanto entramos en la Heladería, los recuerdos invaden mi mente a una velocidad de infarto. Nos sentamos justo en el mismo sitio de la otra vez y Rikki se ofrece a ir a pedir los batidos para ambos. Yo me limito a asentir y me quedo ahí, sentado, recordando. Me parece raro esto, extraño. Es como si hubieran pasado varias semanas, incluso meses desde la primera vez que vinimos, cuando en realidad no hace tanto. De no saber nada de una persona, de juzgarla por su trabajo a... dónde sea que estemos ahora, no sé en que punto me encuentro. Aunque algo sí que tengo claro: he avanzado. Hemos avanzado. Juntos... creo.
Poso mi vista en Rikki aún rememorando ese primer día en este lugar. Fui un poco estúpido. Bastante, quizá. Rikki se gira y me pilla mirándola, con mis ojos fijos en ella. Me ruborizo un poco, lo justo para que ella sea capaz de notarlo. Observo todo el local, me fijo en cada mesa, cada silla, incluso los dibujos de las paredes... todo para disimular este color rojizo que se ha apoderado de mis mejillas. Noto que ella se vuelve a girar: ya están hecho los batidos. Sonríe, paga, y se dirige a mí con una sonrisa surgiendo de sus labios. Sí, fui un completo estúpido. La Rikki que está ahora a mi lado, no se parece en nada a la Rikki que había imaginado aquel día... La primera vez que entré en el Black Diamond. Supongo que ese es un problema que todas las personas tienen, juzgamos a las personas incluso antes de conocerlas. Sin saber sus deseos, sus aspiraciones, sus problemas o todo lo que han tenido que soportar en el pasado. Yo no sé tanto de ella todavía como para considerarla una amiga, pero sí que me inspira confianza. Y en el fondo tengo la esperanza de que algún día lleguemos a conocernos del todo, a ser amigos, o quizá algo más… Amigos, Niall. Seríais una perfecta pareja de amigos.
Se sienta delante de mí y me extiende mi batido. Le sonrío como símbolo de agradecimiento, pero ella baja la mirada. Apenas un segundo después vuelve a mirarme mucho más seria que antes.
— Sé que John os ha amenazado, pero ¿ha sido muy duro? ¿qué es lo que os ha dicho? — la preocupación es evidente tanto en su mirada como en su voz. La verdad es que yo también lo estoy, quiero decir, es un hombre que impone respeto. Y a pesar de que yo no tengo nada que ver con los asuntos de Justin y Sam, me he visto envuelto en todo esto.
— A Justin le ha advertido de que se mantuviera alejado de todo lo que tuviera que ver con él.
— ¿Nada más?
— Creo que después ha mencionado algo sobre mantenernos alejados de sus chicas.
Abre más los ojos con gesto de sorpresa ante lo que acabo de decir. Quizá no se lo esperaba, pero por algún motivo este tal John cree que tanto Rikki como Sam son propiedad suya. Suspira y seguidamente sonríe, dispuesta a quitarle hierro al asunto.
— Entonces veo que te van los retos, Nialler… — su tono es algo burlón. Yo sonrío como un idiota porque no soy capaz de entender a qué se refiere y ella carcajea al ver mi expresión. Yo sigo sonriendo, pero ahora es a causa de las sensaciones que me produce escuchar su risa. Es realmente hermosa.
— Ya has desobedecido una de sus órdenes. — continúa cuando deja de reír — Te ha dicho que te mantengas alejado de sus chicas, y ahora mismo estás tomando un batido con una de ellas.
Coge el vaso de su batido y se introduce la pajita en la boca para comenzar a tomárselo. Al levantar la mano para mantener el vaso sujeto, me fijo en que tiene una pequeña mancha negra debajo de la muñeca. Estiro un poco el cuello para intentar verlo mejor, y me doy cuenta de que es un dibujo, un tatuaje. Ella no se da cuenta porque mantiene la vista fija en el suelo mientras absorbe el batido y entonces recuerdo que yo también tengo que beberme el mío.
Cuando ella termina deposita el vaso sobre la mesa y se lame los labios para retirar las pequeñas gotas de batido que han quedado sobre ellos. Estira su brazo y yo vuelvo a fijarme en su tatuaje. Por algún motivo siento mucha curiosidad en saber cuál es el dibujo que tiene. Olvidándome de disimular estiro el cuello para verla mejor, y la escucho reír por lo bajo cuando se da cuenta. Yo vuelvo a bajar la mirada para evitar encontrarme con sus ojos esmeralda, porque entonces no podré evitar sonrojarme.
— Es un tatuaje. — acerca su muñeca a mí y entonces me permite observar perfectamente el dibujo que tiene. Es una hermosa Clave de Sol. Sonrío al verla, me siento identificado con ese dibujo porque yo también amo la música.
— ¿A ti también te gusta la música? — pregunta. Apoya los codos sobre la mesa y se acerca más a mí, interesada por mi respuesta.
— Me encanta. — sonrío algo melancólico. La música me recuerda demasiado a Natalie, ya que ese fue mi único modo de olvidarme de ella. No quiero pensar en esto, y menos cuando estoy con Rikki, pero la mente es así, juega malas pasadas y te hace pensar en cosas no deseadas cuando menos lo esperas.
— ¿Y tocas algún instrumento?
— La guitarra. — la miro orgulloso, satisfecho de poder sorprenderla diciéndole que domino la guitarra. No hay demasiados chicos que sepan, y a mí me alegra poder serle sincero y decirle que se me da muy bien. Abre los ojos mucho los ojos y me sonríe, y eso me da pie a seguir hablándole de mí y de mi guitarra. — Muchas tardes me encierro en mi habitación, desconecto del mundo. Cojo mi guitarra y dejo que mis dedos resbalen sobre las cuerdas, tocando las notas que se me van ocurriendo al momento. Normalmente no suelo recordar ninguna de las melodías que toco, pero siempre van surgiendo algunas nuevas…
Ahora mismo la cogería de la mano y la llevaría hasta mi casa, dispuesto a ofrecerle un concierto sólo a ella, sin que nadie más me escuchara. Improvisando una canción que me saliera de dentro, algo que intentara explicar los nervios que siento cuando estoy a su lado, la admiración por su fuerza de voluntad, lo bien que me siento cuando estoy con ella.
|| Rikki ||
Una persona puede ser cualquier cosa, pero por algún motivo siempre termina sorprendiéndote haciéndote ver que son muy diferentes a lo que tú imaginabas. Niall, un chico tímido y con complejo de inferioridad ante su mejor amigo, sabe tocar la guitarra, y no sólo eso… se nota que le encanta hacerlo, que de verdad es feliz cuando tiene los dedos entre las cuerdas. Y por lo que cuenta la debe tocar como los ángeles. Un deseo de escucharle tocar se apodera de mí, estar en su habitación, aislados del mundo como él antes ha dicho mientras las melodías surgen de su guitarra. Pero no, aún no hay tanta confianza, es demasiado pronto. Más que nada porque sus padres no parecen demasiado abiertos, seguramente sólo confíen en sus amigos de toda la vida. Y yo ni siquiera llego a amiga para Niall, puede que tan sólo una conocida casual. Una conocida que a lo mejor dentro de unos meses ya no recordará. Porque la vida es así, igual que te permite conocer personas nuevas, también te las arrebata de repente debido a las circunstancias que se van presentando. Pero yo no quiero perder a Niall, igual que tampoco quiero que Justin se aleje de Sam. Él la pone nerviosa, la irrita y la molesta, pero eso la hace sonreír cuando se acuerda de él. Tuvieron problemas al conocerse, y seguramente tengan más peleas y piques tontos pero también hará que ella se sienta más feliz. Quizá esa sea la oportunidad que deje de estar tan apagada, porque últimamente lo está demasiado. Y yo no puedo hacer ni decir nada para animarla, porque eso no va a cambiar la vida que tenemos y las condiciones en las que vivimos. Y Justin tampoco podrá cambiar eso, porque lo único que podemos hacer es esperar a que se termine el tiempo que tenemos que pasar trabajando allí. Tan sólo seis meses más. Seis meses más y podremos empezar el curso en marzo, en la Universidad de Londres.
Ya hace rato que mi ‘’cita’’ con Niall ha terminado. Su padre le llamó para que fuera a casa, que tenían que ir a hacer unas compras a las afueras de la ciudad, o algo así he entendido. No me ha hecho gracia que se fuera, me apetecía pasar más tiempo con él y estoy segura de que él también quería quedarse conmigo.
Miro el reloj que tenemos en la cocina cuando llego a casa. Casi las ocho. Últimamente el tiempo pasa más rápido de lo normal, apenas no me doy cuenta y el día llega a su fin.
Por un momento pienso que tengo que ir a trabajar esta noche y que ya llego tarde, pero suspiro de alivio al recordar que no hace falta, que hoy y mañana tenemos la noche libre, que podremos dormir, hablar, estar unas cuantas horas sin pensar en nada que tenga que ver con eso.
Me pongo el pijama y me tiro sobre el sofá. No me apetece cenar, prefiero quedarme tumbada mirando la televisión hasta que llegue Sam. Seguro que tendrá muchas cosas que contarme, al igual que yo a ella, porque apuesto a que ha pasado la tarde con Justin. Y también apostaría a que llegará relajada, puede que sonriendo. Quizá hasta parezca una adolescente feliz porque ha conocido a un chico con el que posiblemente tenga futuro.